Eran tiempos de campañas, campañas electorales
y para colmo de males, La Mayor, como su hermana,
la llevaba en las entrañas, a la política –digo-
como buena gremialista defendía los salarios,
daba nombres de las listas, increpaba al adversario.
Y así fue, que haciendo dedo un auto se aproximó
ya a levantarla paró y empezó como en un juego,
que las maestras son vagas, que los alumnos se atrasan,
¡Pucha! con la dirigencia, hablan mucho y no hacen nada.
En la llaga le metieron el dedo con ese tema
y como cosa que quema le dijo al hombre embustero:
¡Oiga amigo, no se meta si del tema no conoce
porque no es como usted piensa el problema'e la docencia!
Y así palabras que iban garrotazos que venían,
otras maestras callaban y sólo ella discutía.
De uno a otro momento el aire se puso tenso
como un pedazo de lienzo que fuera a cortar el viento.
-Usted no piensa, ¡la pucha! como enseñan los docentes,
con qué grandes sacrificios sus vocaciones se enfrentan,
y por un triste salario están formando a sus hijos
para que sean decentes,-poniendo énfasis le dijo-
sea un poco solidario y apoye al gremio en su lucha.
Y el tipo –mal educao- mandóla bajar del auto;
ella arrojóse de un salto y unas frescas le gritó,
levantó una mano en alto y un portazo le pegó.
-Con necios no viajo yo- agregó muy altanera,
acomodó su cartera y la puerta le pateó,
a las puteadas salió y sola, cambió de tema.
Pues ahí no más como tiro que mandara Dios del cielo,
puso a funcionar el dedo y aquí llegó en un suspiro.
miércoles, 23 de julio de 2008
LA CRISIS Y EL AGUINALDO
Eran tiempos de Alfonsín cuando la crisis más dura,
sin harina y levadura el mes tocaba su fin
cuando una esperada tarde el aguinaldo llegó,
sin hacer ningún alarde lo recibieron las dos.
Bicis prestadas pidieron pa disponerse a cobrar
veinte leguas pedalearon pa’ llegar a la ciudad.
Frente al Banco ellas se apearon y desdoblando el papel
se metieron, olfatearon,mirando a éste y a aquél.
Parecían desconfiadas y sin sacarse el anteojo,
escudriñaban de reojo a la gente amontonada.
Sendos cheques ya firmaron y se acercaron despacio,
ya la caja apuntalaron -había muy poco espacio-.
Ya las llamaron por nombre, las hicieron acercar,
se hicieron al lao los hombres pa’ dejarlas arrimar.
Salieron no muy contentas aunque un tanto alivianadas,
las tensiones aflojadas ya pasado aquel momento.
Montaron las bicicletas y empezaron a contar,
¡larga les quedó la geta! ¿pa’ qué les iba a alcanzar?
Para zapatillas, no, seguirían en chancletas,
¡ni pensar en bicicletas! y las apretó el dolor.
Una se compró un pan dulce, la otra un pequeño bolsón,
se les prendieron las luces al frente de un bolichón.
Y desdoblando los vueltos ya se volvieron a apear,
el corazón les dio un vuelco cuando entraron a observar.
¡Mirá aquellas empanadas! ¡Fijate en aquel pastel!
Para mucho no alcanzaba pero ¿qué se le iba a hacer?
Pidieron una cerveza y una picada también,
ya pidieron otra vuelta y una tercera después.
Y casi sin darse cuenta se pusieron a payar,
se olvidaron de las cuentas que tenían que pagar.
Los versos ya se elevaban, ya soltaban las risadas,
la gente se amontonaba oyendo tanta gansada.
Después calzaron el lente y le pagaron al chango,
saludaron a la gente y se fueron sin un mango.
Y ahora suelen recordar entre coplas aquel día,
cuando la crisis ardía más no las hizo llorar.
sin harina y levadura el mes tocaba su fin
cuando una esperada tarde el aguinaldo llegó,
sin hacer ningún alarde lo recibieron las dos.
Bicis prestadas pidieron pa disponerse a cobrar
veinte leguas pedalearon pa’ llegar a la ciudad.
Frente al Banco ellas se apearon y desdoblando el papel
se metieron, olfatearon,mirando a éste y a aquél.
Parecían desconfiadas y sin sacarse el anteojo,
escudriñaban de reojo a la gente amontonada.
Sendos cheques ya firmaron y se acercaron despacio,
ya la caja apuntalaron -había muy poco espacio-.
Ya las llamaron por nombre, las hicieron acercar,
se hicieron al lao los hombres pa’ dejarlas arrimar.
Salieron no muy contentas aunque un tanto alivianadas,
las tensiones aflojadas ya pasado aquel momento.
Montaron las bicicletas y empezaron a contar,
¡larga les quedó la geta! ¿pa’ qué les iba a alcanzar?
Para zapatillas, no, seguirían en chancletas,
¡ni pensar en bicicletas! y las apretó el dolor.
Una se compró un pan dulce, la otra un pequeño bolsón,
se les prendieron las luces al frente de un bolichón.
Y desdoblando los vueltos ya se volvieron a apear,
el corazón les dio un vuelco cuando entraron a observar.
¡Mirá aquellas empanadas! ¡Fijate en aquel pastel!
Para mucho no alcanzaba pero ¿qué se le iba a hacer?
Pidieron una cerveza y una picada también,
ya pidieron otra vuelta y una tercera después.
Y casi sin darse cuenta se pusieron a payar,
se olvidaron de las cuentas que tenían que pagar.
Los versos ya se elevaban, ya soltaban las risadas,
la gente se amontonaba oyendo tanta gansada.
Después calzaron el lente y le pagaron al chango,
saludaron a la gente y se fueron sin un mango.
Y ahora suelen recordar entre coplas aquel día,
cuando la crisis ardía más no las hizo llorar.
sábado, 12 de julio de 2008
A LAS LIEBRES
Una noche casi fría a cazar liebres salieron,
escopeta, chucherías,cargaron a un Rastrojero.
Un mozo que tiraría las muchachas conchabaron
pues, hace falta vaquía para estos casos, paisano.
La Mayor lo conducía y con ella iban los changos,
para el campo enfilarían y comenzó a darle al mango.
Al llegar frente a un potrero entraron a iluminar,
La menor caló un sombrero y el muchacho ¡a tirotear!
A la primera le erró pues, La Menor medio bizca,
el reflector retiró porque la perdió de vista.
Las muchachas lamentaban al mirar que en cuatro patas
la carne se disparaba a los saltos entre las matas.
Pero siguieron camino sin perder las esperanzas,
después la segunda vino,la mataron sin tardanza.
La revoleó a la cuneta este mozo tan baqueano,
y sin soltar la escopeta a la moza gritó ¡Vamos!
Los changos se desbocaban por los vidrios del rodado,
cada tiro festejaban, miraban por el costado.
Después siguieron saliendo y tirando sin errar
de diez tiros- no le miento- nueve lograron cazar.
Se metieron por atajos medio malos de cruzar,
no podían recular porque se irían abajo
y al salir al descampao una luz vieron de frente
un vecino retrasao venía trayendo gente.
Para el pueblo ya enfilaron aunque seguían cazando,
los gurises se enroscaron y al rato estaban roncando.
Pararon el Rastrojero debajo’ e la gravilea
junto al ranchito de alero, y comenzó la pelea:
¡Vos, los gurises bajate, las piezas bajaré yo!
Y La Menora enfiló como a preparar el mate.
Pero la vuelta pegó al escuchar el silbido
¡El trabajo no acabó! dijo el mozo, decidido.
Dejá para luego el mate cuando estemos aliviados
no es cuestión de estar sentados ni de tirarse en el catre.
Y a la hora de cuerear La Mayor se descompuso
dijo que iba a vomitar -era una excusa que puso-
Eran todas liebres madres y algunos pocos liebrones
esto es muy triste- compadre- dejar solos los pichones.
El cuero le agujereaban por el lomo sin tardanza,
los extremos tironeaban, la partían por la panza.
Y las iban apilando en la fuente anaranjada,
el montón se iba agrandando con piezas ensangrentadas;
y de adentro se sentía como arqueaba La Mayor,
daba vueltas… escupía… sin alivio a su dolor.
Tipo dos de la mañana de enfaenarlas terminaron
y contando las hazañas al mate se dedicaron.
Y al otro día temprano a repartirlas salieron
llevaron a los paisanos que favores les hicieron.
Los cueros y el triperío en una bolsa pusieron
pa’ tirarle al perrerío cimarrón de los potreros.
Después quedó el comentario y la carne en la ganchera,
aunque es muy magro el salario la crisis es llevadera.
Aprenda de ellas, paisano: no se queje de los tiempos,
a la escopeta eche mano y los bichos a los tientos.
escopeta, chucherías,cargaron a un Rastrojero.
Un mozo que tiraría las muchachas conchabaron
pues, hace falta vaquía para estos casos, paisano.
La Mayor lo conducía y con ella iban los changos,
para el campo enfilarían y comenzó a darle al mango.
Al llegar frente a un potrero entraron a iluminar,
La menor caló un sombrero y el muchacho ¡a tirotear!
A la primera le erró pues, La Menor medio bizca,
el reflector retiró porque la perdió de vista.
Las muchachas lamentaban al mirar que en cuatro patas
la carne se disparaba a los saltos entre las matas.
Pero siguieron camino sin perder las esperanzas,
después la segunda vino,la mataron sin tardanza.
La revoleó a la cuneta este mozo tan baqueano,
y sin soltar la escopeta a la moza gritó ¡Vamos!
Los changos se desbocaban por los vidrios del rodado,
cada tiro festejaban, miraban por el costado.
Después siguieron saliendo y tirando sin errar
de diez tiros- no le miento- nueve lograron cazar.
Se metieron por atajos medio malos de cruzar,
no podían recular porque se irían abajo
y al salir al descampao una luz vieron de frente
un vecino retrasao venía trayendo gente.
Para el pueblo ya enfilaron aunque seguían cazando,
los gurises se enroscaron y al rato estaban roncando.
Pararon el Rastrojero debajo’ e la gravilea
junto al ranchito de alero, y comenzó la pelea:
¡Vos, los gurises bajate, las piezas bajaré yo!
Y La Menora enfiló como a preparar el mate.
Pero la vuelta pegó al escuchar el silbido
¡El trabajo no acabó! dijo el mozo, decidido.
Dejá para luego el mate cuando estemos aliviados
no es cuestión de estar sentados ni de tirarse en el catre.
Y a la hora de cuerear La Mayor se descompuso
dijo que iba a vomitar -era una excusa que puso-
Eran todas liebres madres y algunos pocos liebrones
esto es muy triste- compadre- dejar solos los pichones.
El cuero le agujereaban por el lomo sin tardanza,
los extremos tironeaban, la partían por la panza.
Y las iban apilando en la fuente anaranjada,
el montón se iba agrandando con piezas ensangrentadas;
y de adentro se sentía como arqueaba La Mayor,
daba vueltas… escupía… sin alivio a su dolor.
Tipo dos de la mañana de enfaenarlas terminaron
y contando las hazañas al mate se dedicaron.
Y al otro día temprano a repartirlas salieron
llevaron a los paisanos que favores les hicieron.
Los cueros y el triperío en una bolsa pusieron
pa’ tirarle al perrerío cimarrón de los potreros.
Después quedó el comentario y la carne en la ganchera,
aunque es muy magro el salario la crisis es llevadera.
Aprenda de ellas, paisano: no se queje de los tiempos,
a la escopeta eche mano y los bichos a los tientos.
domingo, 1 de junio de 2008
LA DEL ARROPE
En tiempo de vacación cuando las frutas maduran
tuvieron la inspiración de hacer arrope de tuna.
La Mayor salió temprano guiada por un muchacho
llevando bolsas y un tacho y con guantes en las manos.
Se cargaron a un tumbero: mozo, muchacha y gurises
y cruzaron los potreros cual familia’e codornices.
Se bajaron de la chata con ganchos y tenedores,
luego siguieron a pata para elegir las mejores.
Y pensando en el tunal a varias leguas distante,
el mozo siempre adelante y la muchacha detrás.
Las más maduras juntaron agarrando con la mano,
y sudaron como enanos cuando los tarros cargaron,
despuás se ibana sacar, una por una las janas.
La muchacha se mareó, casi cae en la gramilla,
la presión se le bajó, pues, esperaba familia.
El muchacho siguió solo aguantando las espinas
silbaba como chingolo, parloteaba a lo gallina.
Mientras La Mayor tirada en el piso del tumbero,
allí casi desmayada gemía sobre los cueros.
Ya el mozo acomodó todo y a los gurises cargó,
algunas tunas comió y saltó esquivando el lodo.
Al caballito azuzó y pegó la media vuelta,
ya a los perros les silbó, manoteó las riendas sueltas.
Pronto llegaron al rancho, ya la chica reaccionó,
y La Menor se acercó husmeando como los chanchos.
Y al ver aquel cargamento se entraron a consultar
si este sería el momento de disponerse a pelar.
A un vecino interpelaron pues parecía saber
porque otros a él le explicaron cómo se debía hacer.
A otra vieja la indagaron baquiana sobre el asunto,
-metan así, todo junto- la anciana les explicaba.
Todos decían saber, más resulta que ninguno
lo había podido hacer, porque hay que tragar mucho humo.
Y entraron a despuntar debajo’e la gravilea,
las chicas sin preguntar emprendieron la tarea.
Los gurisitos salieron corriendo a hacer la fogata
unos ladrillos pusieron, repararon con dos latas.
Otros dos allá, más lejos y cerquita’e la canilla,
sin escuchar a los viejos las lavaban, de rodillas.
Más tarde en cuatro partían cada tuna, con esmero,
en fuentones las ponían antes de pasar al fuego.
Otros lavaban con prisa fregando con un ladrillo
la olla negra de guisa para poner los casquillos.
Y así al fuego la asentaron con las tres patitas’e fierro,
los pedazos ya largaron y corrieron a los perros.
Una escoba desarmaron para preparar el palo
y en la punta colocaron una tabla con un clavo,
para poder remover las tunas dentro’e la olla
porque eso no era cebolla que se pudiera perder.
Varias horas cocinaron a leña el potaje aquel
hasta que el jugo largaron y quedo sólo la piel.
Para colarla buscaron una bolsa de semilla
la rasgaron por el medio, bien lavada en la canilla.
La bolsa tiene que ser de arpillera, no de nailon,
por que se va a deshacer cuando entren a meter mano.
Hacen falta tres personas debajo, una palangana,
apretar con muchas ganas pa’que no quede en la lona.
Tan sólo piel y semilla en la bolsa han de quedar
para más luego tirar medio afuera, en una orilla.
Y el jugo que va cayendo adentro e’ la palangana
tendrá que seguir hirviendo, no quedará casi nada.
Y ya usted lo notará a ese gusto picantito
con un color marroncito cuando va queriendo estar.
Hay que sacar un poquito, dejarlo primero enfriar,
porque se puede pasar y va a quedar quemadito.
Cada tarro’e veinte litros un kilo le ha de rendir,
si usted quiere repartir ponga en frascos muy chiquitos
y guárdelo hasta el invierno por si le agarra la tos:
una cucharada o dos lo salvarán de l infierno.
Lo terminaron de hacer al filo’e la madrugada
entre vinos y empanadas les llegó el amanecer.
Y haciendo aun lado las brasas unas achuras tiraron
enseguidita se asaron, comieron hasta las grasas.
Y tapada con rescoldo una tortilla se asaba
pa’ después de la empanada matear debajo del toldo.
Al otro día envasaron en frasco de toda laya,
casi, casi se desmayan al ver qué poco sacaron.
La vecinas preguntaban: -Y el arrope, ¿les salió?-
Aquí nadie murmuró, todidtitos se callaron.
Un gurí corrió la bola, pa’que nadie se tentara:
-¡Salió una botella sola, amarga y mal cocinada!-
y las maulas se guardaron todo el arrope para ellas,
escondieron las botellas y del tema ya ni hablaron.
Si usté un arrope va a hacer no vaya a pelar las tunas,
despúntela una por una y póngalas a cocer.
Y no se vaya a pensar que va a comer las espinas
si en la bolsa han de quedar pa’ que piquen las gallinas.
tuvieron la inspiración de hacer arrope de tuna.
La Mayor salió temprano guiada por un muchacho
llevando bolsas y un tacho y con guantes en las manos.
Se cargaron a un tumbero: mozo, muchacha y gurises
y cruzaron los potreros cual familia’e codornices.
Se bajaron de la chata con ganchos y tenedores,
luego siguieron a pata para elegir las mejores.
Y pensando en el tunal a varias leguas distante,
el mozo siempre adelante y la muchacha detrás.
Las más maduras juntaron agarrando con la mano,
y sudaron como enanos cuando los tarros cargaron,
despuás se ibana sacar, una por una las janas.
La muchacha se mareó, casi cae en la gramilla,
la presión se le bajó, pues, esperaba familia.
El muchacho siguió solo aguantando las espinas
silbaba como chingolo, parloteaba a lo gallina.
Mientras La Mayor tirada en el piso del tumbero,
allí casi desmayada gemía sobre los cueros.
Ya el mozo acomodó todo y a los gurises cargó,
algunas tunas comió y saltó esquivando el lodo.
Al caballito azuzó y pegó la media vuelta,
ya a los perros les silbó, manoteó las riendas sueltas.
Pronto llegaron al rancho, ya la chica reaccionó,
y La Menor se acercó husmeando como los chanchos.
Y al ver aquel cargamento se entraron a consultar
si este sería el momento de disponerse a pelar.
A un vecino interpelaron pues parecía saber
porque otros a él le explicaron cómo se debía hacer.
A otra vieja la indagaron baquiana sobre el asunto,
-metan así, todo junto- la anciana les explicaba.
Todos decían saber, más resulta que ninguno
lo había podido hacer, porque hay que tragar mucho humo.
Y entraron a despuntar debajo’e la gravilea,
las chicas sin preguntar emprendieron la tarea.
Los gurisitos salieron corriendo a hacer la fogata
unos ladrillos pusieron, repararon con dos latas.
Otros dos allá, más lejos y cerquita’e la canilla,
sin escuchar a los viejos las lavaban, de rodillas.
Más tarde en cuatro partían cada tuna, con esmero,
en fuentones las ponían antes de pasar al fuego.
Otros lavaban con prisa fregando con un ladrillo
la olla negra de guisa para poner los casquillos.
Y así al fuego la asentaron con las tres patitas’e fierro,
los pedazos ya largaron y corrieron a los perros.
Una escoba desarmaron para preparar el palo
y en la punta colocaron una tabla con un clavo,
para poder remover las tunas dentro’e la olla
porque eso no era cebolla que se pudiera perder.
Varias horas cocinaron a leña el potaje aquel
hasta que el jugo largaron y quedo sólo la piel.
Para colarla buscaron una bolsa de semilla
la rasgaron por el medio, bien lavada en la canilla.
La bolsa tiene que ser de arpillera, no de nailon,
por que se va a deshacer cuando entren a meter mano.
Hacen falta tres personas debajo, una palangana,
apretar con muchas ganas pa’que no quede en la lona.
Tan sólo piel y semilla en la bolsa han de quedar
para más luego tirar medio afuera, en una orilla.
Y el jugo que va cayendo adentro e’ la palangana
tendrá que seguir hirviendo, no quedará casi nada.
Y ya usted lo notará a ese gusto picantito
con un color marroncito cuando va queriendo estar.
Hay que sacar un poquito, dejarlo primero enfriar,
porque se puede pasar y va a quedar quemadito.
Cada tarro’e veinte litros un kilo le ha de rendir,
si usted quiere repartir ponga en frascos muy chiquitos
y guárdelo hasta el invierno por si le agarra la tos:
una cucharada o dos lo salvarán de l infierno.
Lo terminaron de hacer al filo’e la madrugada
entre vinos y empanadas les llegó el amanecer.
Y haciendo aun lado las brasas unas achuras tiraron
enseguidita se asaron, comieron hasta las grasas.
Y tapada con rescoldo una tortilla se asaba
pa’ después de la empanada matear debajo del toldo.
Al otro día envasaron en frasco de toda laya,
casi, casi se desmayan al ver qué poco sacaron.
La vecinas preguntaban: -Y el arrope, ¿les salió?-
Aquí nadie murmuró, todidtitos se callaron.
Un gurí corrió la bola, pa’que nadie se tentara:
-¡Salió una botella sola, amarga y mal cocinada!-
y las maulas se guardaron todo el arrope para ellas,
escondieron las botellas y del tema ya ni hablaron.
Si usté un arrope va a hacer no vaya a pelar las tunas,
despúntela una por una y póngalas a cocer.
Y no se vaya a pensar que va a comer las espinas
si en la bolsa han de quedar pa’ que piquen las gallinas.
sábado, 31 de mayo de 2008
LA GRIPE
Era un invierno de agosto cuando el frío se hace cruel
y despedaza la piel si andás con trapos angostos.
La Mayora se enfermó de una gripe fulminante
caminaba vacilante y la fiebre la tumbó.
De pronto un frío corrió por su espalda, abrasador,
y luego un fuerte temblor las piernas le doblegó.
A la cama la tiró y, sin poderse mover
a un gurisito mandó que alguien la viniera a ver.
Acudió, como es de creer su hermanita La Menor
con andar conmovedor para poderla atender.
Encontróla medio muerta, boqueando sobre la almohada,
¡Era grande la cagada! Y, abriendo un poco la puerta
la moza se quedó al lado a cuidarla con fervor.
Ya llamaron al Doctor, le pusieron inyecciones,
y a todo esto La Menor se hacía las ilusiones
de verla pronto consigo encaramada a algún coche.
Le hubo de pasar la noche en medio de los quejidos.
La consumía la fiebre, no la dejaba dormir.
Dijo que se iba a morir igualito que una liebre
cuando le rajan de un tiro la frente o el triperío,
pues el mal que la acosaba era fuerte, no pavada.
No desesperes hermana- la calmaba La Menor-
No ha de pasarte lo peor mientras te cuide, en la cama.
Tu vida Dios ha’i salvar pues, aquí te necesita
noble, humilde maestrita que bien sabes enseñar.
Y fue así que al día siguiente cuando el sol se despuntó
de su catre ella saltó para lavarse los dientes.
De repente a La Menor el alma le volvió al cuerpo,
viendo como La Mayor recuperaba el aliento.
Y temprano, sin pereza para la escuela salieron
bien ataditas las trenzas paso a la ruta se abrieron.
Ya no quieren recordarlo a tan doloroso evento
pero había que anotarlo en el libro de los cuentos.
y despedaza la piel si andás con trapos angostos.
La Mayora se enfermó de una gripe fulminante
caminaba vacilante y la fiebre la tumbó.
De pronto un frío corrió por su espalda, abrasador,
y luego un fuerte temblor las piernas le doblegó.
A la cama la tiró y, sin poderse mover
a un gurisito mandó que alguien la viniera a ver.
Acudió, como es de creer su hermanita La Menor
con andar conmovedor para poderla atender.
Encontróla medio muerta, boqueando sobre la almohada,
¡Era grande la cagada! Y, abriendo un poco la puerta
la moza se quedó al lado a cuidarla con fervor.
Ya llamaron al Doctor, le pusieron inyecciones,
y a todo esto La Menor se hacía las ilusiones
de verla pronto consigo encaramada a algún coche.
Le hubo de pasar la noche en medio de los quejidos.
La consumía la fiebre, no la dejaba dormir.
Dijo que se iba a morir igualito que una liebre
cuando le rajan de un tiro la frente o el triperío,
pues el mal que la acosaba era fuerte, no pavada.
No desesperes hermana- la calmaba La Menor-
No ha de pasarte lo peor mientras te cuide, en la cama.
Tu vida Dios ha’i salvar pues, aquí te necesita
noble, humilde maestrita que bien sabes enseñar.
Y fue así que al día siguiente cuando el sol se despuntó
de su catre ella saltó para lavarse los dientes.
De repente a La Menor el alma le volvió al cuerpo,
viendo como La Mayor recuperaba el aliento.
Y temprano, sin pereza para la escuela salieron
bien ataditas las trenzas paso a la ruta se abrieron.
Ya no quieren recordarlo a tan doloroso evento
pero había que anotarlo en el libro de los cuentos.
domingo, 25 de mayo de 2008
EL CHUPACABRAS
Las vacaciones de julio reunían a la familia
que olvidando sus estudios del sosiego disfrutaba
y de las cosas sencillas que la vida les brindaba.
Así una tarde cualquiera al caer de la oración
de la casa solariega disfrutaba La Mayor,
mientras sus hijos llegaban oyó esta conversación:
En unos campos al norte, río abajo por la orilla
una vaca de buen porte no muy lejos de la aguada
yace hace un tiempo sin vida parcialmente mutilada.
Ella no decía nada y en silencio cavilaba:
-Si llega mi esposo ahora he de invitarlo a observar-
y aunque fuera algo espantoso arribaría al lugar.
Bien tarde el hombre llegó al filo’ e la medianoche,
ella dijo:-Dejá el coche, los marcianos anduvieron-
Ya el suceso le contó y en un ratito partieron.
El rodado estacionaron cerquita de un alambrado
pronto los cuatro se apearon de una linterna munidos,
sólo oían sus latidos entrando por los sembrados.
El padre marchó a la diestra y el mozo por la siniestra,
por el medio iba El Furtivo, que así llamaban al niño,
y la madre de su mano, por miedo, no por cariño.
El pequeño se quejaba al sentir que le estrujaba
su mano que transpiraba; con fuerza se la oprimía.
Desparejo caminaba con gran falta de vaquía.
La noche era tenebrosa, muy cerrada la neblina,
la mujer, supersticiosa, cacareaba a lo gallina
imaginándose cosas y mil fieras asesinas.
Lento el andar, tropezaba, los demás se adelantaban;
si miraba cielo arriba sentía que la observaban,
si la marcha no apuraba quedaría a la deriva.
-Maldita sea la hora que organicé esta excursión,
quiero ir a mi casa ahora, sentarme junto al fogón,
sentir que no me está espiando ningún marciano fisgón-
Los otros rompiendo en risa la esperaban por piedad
y ella sentía en la brisa los hombres verdes pasar,
muy cerca de sus pisadas los oía caminar.
La niebla más se cerraba, era tétrico el lugar,
grandes bultos vio menear detrás de ella en todas partes:
-Que mi corazón aguante, que no se quiera infartar-
Viejos fantasmas pasaban rozándole los cabellos
ella sintió sus resuellos aunque no se pueda creer
y no se dejaban ver -diría que la gozaban-
Sabía que el Chupacabras allí había incursionado
quizá estaba agazapado detrás de un churqui cualquiera
con su mirada macabra, mitad hombre, mitad fiera.
Como su vista flaqueaba ella temía encontrarse
frente a frente con el bruto quizás de qué engendro fruto;
no quería imaginarse si en vilo éste la cargaba.
La mujer iba a los tumbos, de la vaca, ni noticias.
¿La habrá tragado la tierra? Tal vez perdieron el rumbo
o quién sabe qué tragedia vino en forma subrepticia…
Ya decidieron volver sobre sus pasos cansados
girando hacia el alambrado casi ella pierde el sentido
cuando al galope tendido una sombra la alcanzó.
Pudo verlo de soslayo galopando en gran tropel
giró casi en redondel y dio un feroz alarido
asustando a su marido que temió por un desmayo.
Más rápido que la luz sus hijos se le acercaron
y ya la tranquilizaron pues era sólo un ternero
que vagando en el potrero sacudía su testuz.
Con un extremado estrés ella cruzó el alambrado
que su hijo le hubo pisado, y así que en un dos por tres
se hubo al auto encaramado con notable rapidez.
-¡Mañana será otro día!-Suspiró más aliviada.
-Habrá que verificar el caso con mucha calma.
Cuando haya más claridad nos vendremos, no es por nada
sólo que a mí no me gusta andar esquivando bultos
ni sombras que se menean. Además traeré una fusta
y algunos paisanos cultos para que vean y crean.
Y así es que efectivamente al otro día temprano
con un juez y un escribano y buscando atentamente
al animal mutilado pronto hubieron encontrado.
Las orejas le faltaban. Sin los globos oculares
ni piel en los maxilares.Tampoco los genitales
ni los cascos ungulares estaban en sus lugares.
Chupacabras descartaron y descartaron marcianos;
de carroñeros hablaron, nada de imaginación:
a tirones arrancaba toda la lengua un ratón.
¡Singulares roedores que en equipo trabajaban!
las carretillas abrían, la vaca decía: -¡¡¡¡¡¡¡AAAHHH….!!!!!!!
mientras los otros roían con suma prolijidad.
Cándida (La Mayor)
que olvidando sus estudios del sosiego disfrutaba
y de las cosas sencillas que la vida les brindaba.
Así una tarde cualquiera al caer de la oración
de la casa solariega disfrutaba La Mayor,
mientras sus hijos llegaban oyó esta conversación:
En unos campos al norte, río abajo por la orilla
una vaca de buen porte no muy lejos de la aguada
yace hace un tiempo sin vida parcialmente mutilada.
Ella no decía nada y en silencio cavilaba:
-Si llega mi esposo ahora he de invitarlo a observar-
y aunque fuera algo espantoso arribaría al lugar.
Bien tarde el hombre llegó al filo’ e la medianoche,
ella dijo:-Dejá el coche, los marcianos anduvieron-
Ya el suceso le contó y en un ratito partieron.
El rodado estacionaron cerquita de un alambrado
pronto los cuatro se apearon de una linterna munidos,
sólo oían sus latidos entrando por los sembrados.
El padre marchó a la diestra y el mozo por la siniestra,
por el medio iba El Furtivo, que así llamaban al niño,
y la madre de su mano, por miedo, no por cariño.
El pequeño se quejaba al sentir que le estrujaba
su mano que transpiraba; con fuerza se la oprimía.
Desparejo caminaba con gran falta de vaquía.
La noche era tenebrosa, muy cerrada la neblina,
la mujer, supersticiosa, cacareaba a lo gallina
imaginándose cosas y mil fieras asesinas.
Lento el andar, tropezaba, los demás se adelantaban;
si miraba cielo arriba sentía que la observaban,
si la marcha no apuraba quedaría a la deriva.
-Maldita sea la hora que organicé esta excursión,
quiero ir a mi casa ahora, sentarme junto al fogón,
sentir que no me está espiando ningún marciano fisgón-
Los otros rompiendo en risa la esperaban por piedad
y ella sentía en la brisa los hombres verdes pasar,
muy cerca de sus pisadas los oía caminar.
La niebla más se cerraba, era tétrico el lugar,
grandes bultos vio menear detrás de ella en todas partes:
-Que mi corazón aguante, que no se quiera infartar-
Viejos fantasmas pasaban rozándole los cabellos
ella sintió sus resuellos aunque no se pueda creer
y no se dejaban ver -diría que la gozaban-
Sabía que el Chupacabras allí había incursionado
quizá estaba agazapado detrás de un churqui cualquiera
con su mirada macabra, mitad hombre, mitad fiera.
Como su vista flaqueaba ella temía encontrarse
frente a frente con el bruto quizás de qué engendro fruto;
no quería imaginarse si en vilo éste la cargaba.
La mujer iba a los tumbos, de la vaca, ni noticias.
¿La habrá tragado la tierra? Tal vez perdieron el rumbo
o quién sabe qué tragedia vino en forma subrepticia…
Ya decidieron volver sobre sus pasos cansados
girando hacia el alambrado casi ella pierde el sentido
cuando al galope tendido una sombra la alcanzó.
Pudo verlo de soslayo galopando en gran tropel
giró casi en redondel y dio un feroz alarido
asustando a su marido que temió por un desmayo.
Más rápido que la luz sus hijos se le acercaron
y ya la tranquilizaron pues era sólo un ternero
que vagando en el potrero sacudía su testuz.
Con un extremado estrés ella cruzó el alambrado
que su hijo le hubo pisado, y así que en un dos por tres
se hubo al auto encaramado con notable rapidez.
-¡Mañana será otro día!-Suspiró más aliviada.
-Habrá que verificar el caso con mucha calma.
Cuando haya más claridad nos vendremos, no es por nada
sólo que a mí no me gusta andar esquivando bultos
ni sombras que se menean. Además traeré una fusta
y algunos paisanos cultos para que vean y crean.
Y así es que efectivamente al otro día temprano
con un juez y un escribano y buscando atentamente
al animal mutilado pronto hubieron encontrado.
Las orejas le faltaban. Sin los globos oculares
ni piel en los maxilares.Tampoco los genitales
ni los cascos ungulares estaban en sus lugares.
Chupacabras descartaron y descartaron marcianos;
de carroñeros hablaron, nada de imaginación:
a tirones arrancaba toda la lengua un ratón.
¡Singulares roedores que en equipo trabajaban!
las carretillas abrían, la vaca decía: -¡¡¡¡¡¡¡AAAHHH….!!!!!!!
mientras los otros roían con suma prolijidad.
Cándida (La Mayor)
UN SUEÑO
La Mayor ya maliciaba que debiera jubilarse,
de antemano retirarse, ya de nadie depender,
pues, amaba la docencia más le urgía componer.
Y con tanta obligación sentía su alma pialada
en un palenque amarrada, cercada por un corral,
ya un receso no era nada, quería algo más formal.
Soñaba con relatar cada día una aventura,
y para poder narrar necesitaba soltura,
obsequiarse libertad, ya era persona madura.
Es que todo ese trajín la estresaba y la oprimía,
esa vida le exigía una actividad sin fin,
y a veces ella sentía un hondo afán de escribir.
Sin embargo una utopía, como un sueño inalcanzable
esa idea se le hacía , y ella no encontraba el cable
que pudiera conectar la realidad con su anhelo.
Aunque es bien cierto que el alma solita puede volar
hay que abrirle la tranquera para dejarla vagar
por los caminos inciertos, y eso no es fácil lograr.
Necesitaba tener computadora en la sala
conectada al Internet para escribir las memorias
que solía recordar, que constituían historias,
y otro espacio pa’ extender holgadamente sus alas.
Lucharía sin denuedo pa’ adquirir el artefacto,
que tuviera una impresora y complejos aparatos
para enhebrar los relatos que ella sabía escribir,
tal era su franco anhelo y lo pensaba cumplir.
de antemano retirarse, ya de nadie depender,
pues, amaba la docencia más le urgía componer.
Y con tanta obligación sentía su alma pialada
en un palenque amarrada, cercada por un corral,
ya un receso no era nada, quería algo más formal.
Soñaba con relatar cada día una aventura,
y para poder narrar necesitaba soltura,
obsequiarse libertad, ya era persona madura.
Es que todo ese trajín la estresaba y la oprimía,
esa vida le exigía una actividad sin fin,
y a veces ella sentía un hondo afán de escribir.
Sin embargo una utopía, como un sueño inalcanzable
esa idea se le hacía , y ella no encontraba el cable
que pudiera conectar la realidad con su anhelo.
Aunque es bien cierto que el alma solita puede volar
hay que abrirle la tranquera para dejarla vagar
por los caminos inciertos, y eso no es fácil lograr.
Necesitaba tener computadora en la sala
conectada al Internet para escribir las memorias
que solía recordar, que constituían historias,
y otro espacio pa’ extender holgadamente sus alas.
Lucharía sin denuedo pa’ adquirir el artefacto,
que tuviera una impresora y complejos aparatos
para enhebrar los relatos que ella sabía escribir,
tal era su franco anhelo y lo pensaba cumplir.
viernes, 23 de mayo de 2008
miércoles, 21 de mayo de 2008
LA DEL BAJO EN BICICLETA
Cierto día para El Bajo* decidieron enfilar
tomaron por un atajo y entraron a pedalear.
Bici de hombre una montaba: rodado grande y piñón,
“mini” La Menor viajaba poniendo fuerza y tesón.
tomaron por un atajo y entraron a pedalear.
Bici de hombre una montaba: rodado grande y piñón,
“mini” La Menor viajaba poniendo fuerza y tesón.
Avanzaban por la cancha entre sombras de eucaliptos
después tomaron calle ancha sin ver ningún arbolito.
Y ya al balneario llegaron contentas y resoplando,
de sus bicis desmontaron ya riendo, ya cantando.
Olfatearon el ambiente dando un vistazo a la playa:
el agua estaba caliente ni falta harían las toallas.
Y al poner el pie en la arena La Mayor algo propuso:
traer las bicis a la costa para cuidarlas, repuso.
La Menor, obedeciendo su mini se echó a un costao:
-Ya ha viajado demasiao mi bici- le iba diciendo.
La Mayor, más atinada, una pata revoleó,
y que iría enhorquetada en la bici, ella anunció.
Y tomó el embarcadero mirando pa’ cualquier lao
como en medio de un potrero cuando se junta el ganao.
No debía pedalear, la bajada la llevaba,
¿para qué se iba a cansar? Y las patas levantaba.
Y entró a bajar esa cuesta como quirquincho enroscao
que cayera de una cresta porque alguno lo ha empujao.
La bici se desbocó y para colmo de males,
ella perdió los pedales al primer salto que dio.
Nunca había usado frenos y con los pies no llegaba
a rozar siquiera el suelo cuando la ocasión mandaba.
En los próximos segundos, que le diré, no eran cortos,
en aquel paisaje absorto pensó que acababa el mundo.
Las cortadas despegaron el nalgaje del asiento,
los fierros la castigaron y allí comenzó el tormento:
era como machacar la carne con un mortero
aquel firme martillar del caño contra el trasero.
En el suelo la alpargata buscaba clavar con saña,
pero aquella cabalgata no dejaba emplear su maña.
La Menora se reía cuando empezó a imaginarse
que La Mayor entraría en bicicleta a bañarse.
Imposible manejar ese pingo desbocao
¿Y si la enfilaba al mar? Eso sería un pecao;
después tomaron calle ancha sin ver ningún arbolito.
Y ya al balneario llegaron contentas y resoplando,
de sus bicis desmontaron ya riendo, ya cantando.
Olfatearon el ambiente dando un vistazo a la playa:
el agua estaba caliente ni falta harían las toallas.
Y al poner el pie en la arena La Mayor algo propuso:
traer las bicis a la costa para cuidarlas, repuso.
La Menor, obedeciendo su mini se echó a un costao:
-Ya ha viajado demasiao mi bici- le iba diciendo.
La Mayor, más atinada, una pata revoleó,
y que iría enhorquetada en la bici, ella anunció.
Y tomó el embarcadero mirando pa’ cualquier lao
como en medio de un potrero cuando se junta el ganao.
No debía pedalear, la bajada la llevaba,
¿para qué se iba a cansar? Y las patas levantaba.
Y entró a bajar esa cuesta como quirquincho enroscao
que cayera de una cresta porque alguno lo ha empujao.
La bici se desbocó y para colmo de males,
ella perdió los pedales al primer salto que dio.
Nunca había usado frenos y con los pies no llegaba
a rozar siquiera el suelo cuando la ocasión mandaba.
En los próximos segundos, que le diré, no eran cortos,
en aquel paisaje absorto pensó que acababa el mundo.
Las cortadas despegaron el nalgaje del asiento,
los fierros la castigaron y allí comenzó el tormento:
era como machacar la carne con un mortero
aquel firme martillar del caño contra el trasero.
En el suelo la alpargata buscaba clavar con saña,
pero aquella cabalgata no dejaba emplear su maña.
La Menora se reía cuando empezó a imaginarse
que La Mayor entraría en bicicleta a bañarse.
Imposible manejar ese pingo desbocao
¿Y si la enfilaba al mar? Eso sería un pecao;
pues en la costa hay espinas y de pronto,-cavilaba-
si ella pedaleaba encima, la goma se desollaba.
¿Y si tuviera ocasión de doblar a la derecha?...
pero un fuerte sacudón me la sacó de la brecha.
Entonces con decisión pensó sola en un segundo:
-Aunque aquí se parta el mundo debo hallar la solución.
Apretó fuerte los dientes, los ojos también cerró,
se escuchó un grito estridente y de un salto aterrizó.
si ella pedaleaba encima, la goma se desollaba.
¿Y si tuviera ocasión de doblar a la derecha?...
pero un fuerte sacudón me la sacó de la brecha.
Entonces con decisión pensó sola en un segundo:
-Aunque aquí se parta el mundo debo hallar la solución.
Apretó fuerte los dientes, los ojos también cerró,
se escuchó un grito estridente y de un salto aterrizó.
La bici guastó aun costao y dijo: -¡Que se reviente!-
Con el cuerpo magullao recién aflojó los dientes.
Giró su rostro hacia atrás y la encaró a La Menor
con su risita a pesar de aquel golpe y del dolor.
Y dijo como cansada de tanto padecimiento:
-"Para una nueva payada aquí tengo el argumento"-.
Con el cuerpo magullao recién aflojó los dientes.
Giró su rostro hacia atrás y la encaró a La Menor
con su risita a pesar de aquel golpe y del dolor.
Y dijo como cansada de tanto padecimiento:
-"Para una nueva payada aquí tengo el argumento"-.
*El Bajo:
Nombre primitivo y popular de la actual Laguna del Plata, balneario situado a pocos kilómetros de la localidad de Marull, Córdoba, Argentina.
martes, 13 de mayo de 2008
PAYANDO EN LA WEB
Cuando las dos paisanitas se instalaron en el chat
empezaron a pensar que con un blog ya creado
tendrían que publicar fotos con marco dorado.
En trenzarse los cabellos pensaron las dos hermanas
y con una damajuana inspirarse pa'escribir
ya sabían que a los versos se los debía subir.
Siempre humildes ellas fueron pero muy bien ataviadas
entre las dos convinieron retratarse de mañana
las caras recién lavadas, las simpas recién trenzadas.
Ya lavaron alpargatas y las blusas de satén
flores plásticas también para adornar la melena
pues no era cosa muy buena que el mundo las viera mal.
Porque esto de la Internet era una tranquera abierta
al mundo del exterior, ellas lo sabían bien,
y aunque eran de campo afuera, avispadas, no va a creer.
Se les abrió la cabeza del tal forma, viera usté
que tanto entraban por un chat, un E-mail o un mesenyer
y no hablaban con aquellos que no tengan propiedá
pues temían que el cerebro se les volviera a cerrar.
Sabían configurar desde un blog a un pps
fotos y archivos enviar desde América Latina
a lejanos continentes, de México a las fronteras,
a las tierras europeas o a las lejanas Coreas.
Comentaban que en la Web publicarían sus versos
y que en todo el universo se los podría leer:
ya un relato en Israel, otro en la antigua Turquía,
según pal lao que ese día ellas quisieran enviar.
Entonces era importante mostrar una buena estampa
y de ahora en adelante no debían olvidar
que una cámara constante las podría retratar.
Compraron las digitales, se instalaron la webcam,
hasta pusieron sonido para poder conversar.
De tarde o de madrugada estaban en la PC
tipeando versos sentidos que daban a conocer
a paisanos de otros mundos que sedientos del saber
de pobladores oriundos de esta América Latina
que como una gran espina en sus pechos se clavaba
cuando el gaucho les hablaba de sus costumbres matreras.
¡Qué historia la de esta era de la comunicación!
No recordaban siquiera cuando en ellas comenzó
esta ansia fuerte'e payar pal mundo globalizado
la mp3, la note book, la cámara digital,
ya no iban a ningún lado sin su set de improvisar.
Y pensar que haciendo dedo en un paraje lejano
con pluma y papel en mano empezaron a anotar
vivencias que compartían al salir de aquella escuela
y bajo esa pasarela anotaban su historial.
El paisanaje lindero las veía improvisar,
anotar, después tachar y desechar borradores,
aura son de las mejores en la máquina escribiendo
y tal como van surgiendo, el mundo las va leyendo.
No las verá titubear ante ninguna pregunta,
pues de a una o varias juntas, te han de responder muy bien
en menos que canta un gallo, en menos que un santiamén.
Porque ellas se actualizaron que siempre es bueno aprender
y sobre todo pa´ aquel que su vida ha dedicado
a rondar en el vergel de enseñar y de aprender.
Aquí yo voy a plantar esta payada espontánea
pues dentro e la palangana tengo ropa que doblar
los gurises acostar y sobar a mi marido.
Esta payada fue escrita de contrapunto y en el chat. Verán ustedes: La Menor en su casa con la notebook y La Mayor en su hogar, desde su PC. Sepan disculpar errores, pues es la improvisación virgen, espontánea y sin corrección alguna.
empezaron a pensar que con un blog ya creado
tendrían que publicar fotos con marco dorado.
En trenzarse los cabellos pensaron las dos hermanas
y con una damajuana inspirarse pa'escribir
ya sabían que a los versos se los debía subir.
Siempre humildes ellas fueron pero muy bien ataviadas
entre las dos convinieron retratarse de mañana
las caras recién lavadas, las simpas recién trenzadas.
Ya lavaron alpargatas y las blusas de satén
flores plásticas también para adornar la melena
pues no era cosa muy buena que el mundo las viera mal.
Porque esto de la Internet era una tranquera abierta
al mundo del exterior, ellas lo sabían bien,
y aunque eran de campo afuera, avispadas, no va a creer.
Se les abrió la cabeza del tal forma, viera usté
que tanto entraban por un chat, un E-mail o un mesenyer
y no hablaban con aquellos que no tengan propiedá
pues temían que el cerebro se les volviera a cerrar.
Sabían configurar desde un blog a un pps
fotos y archivos enviar desde América Latina
a lejanos continentes, de México a las fronteras,
a las tierras europeas o a las lejanas Coreas.
Comentaban que en la Web publicarían sus versos
y que en todo el universo se los podría leer:
ya un relato en Israel, otro en la antigua Turquía,
según pal lao que ese día ellas quisieran enviar.
Entonces era importante mostrar una buena estampa
y de ahora en adelante no debían olvidar
que una cámara constante las podría retratar.
Compraron las digitales, se instalaron la webcam,
hasta pusieron sonido para poder conversar.
De tarde o de madrugada estaban en la PC
tipeando versos sentidos que daban a conocer
a paisanos de otros mundos que sedientos del saber
de pobladores oriundos de esta América Latina
que como una gran espina en sus pechos se clavaba
cuando el gaucho les hablaba de sus costumbres matreras.
¡Qué historia la de esta era de la comunicación!
No recordaban siquiera cuando en ellas comenzó
esta ansia fuerte'e payar pal mundo globalizado
la mp3, la note book, la cámara digital,
ya no iban a ningún lado sin su set de improvisar.
Y pensar que haciendo dedo en un paraje lejano
con pluma y papel en mano empezaron a anotar
vivencias que compartían al salir de aquella escuela
y bajo esa pasarela anotaban su historial.
El paisanaje lindero las veía improvisar,
anotar, después tachar y desechar borradores,
aura son de las mejores en la máquina escribiendo
y tal como van surgiendo, el mundo las va leyendo.
No las verá titubear ante ninguna pregunta,
pues de a una o varias juntas, te han de responder muy bien
en menos que canta un gallo, en menos que un santiamén.
Porque ellas se actualizaron que siempre es bueno aprender
y sobre todo pa´ aquel que su vida ha dedicado
a rondar en el vergel de enseñar y de aprender.
Aquí yo voy a plantar esta payada espontánea
pues dentro e la palangana tengo ropa que doblar
los gurises acostar y sobar a mi marido.
Esta payada fue escrita de contrapunto y en el chat. Verán ustedes: La Menor en su casa con la notebook y La Mayor en su hogar, desde su PC. Sepan disculpar errores, pues es la improvisación virgen, espontánea y sin corrección alguna.
LA DE LAS CARPAS
Ocurrió que en una siesta, estando desocupadas
porque ya no hacían nada, las invitaron de pesca.
Les dijeron que en un río de aguas barrosas y turbias
en esas siestas de estío paseaban las carpas rubias,
y se podían pescar con suerte, usando las uñas.
Las muchachas afanosas ya se encendían de gozo
y preparaban las cosas dirigidas por un mozo,
que jugándoles a risa les contaba de otras veces
que había traído peces para todo el que precisa.
Y las sacó empaquetadas, río arriba, cual si nada,
la alpargata que llevaban les entró a juntar arena
y a pesarles, ¡hay! qué pena como si plomo acarrearan.
Y ahí las abandonaron junto a una triste playita
como mojones quedaron varadas las chancletitas.
Y ya empezaron a ver que se venían los peces
a chucearlas por los pieses, ¡Si parecían torpedos!
Y así entre saltos y risas ya tiraban la camisa
pues, el sol, la falta’e brisa y la hora poco indicada
les obligaba a soltar sudor en cada estocada.
Una llevaba una horquilla, la otra blandía una chuza,
y como un par de lechuzas caminaron una milla.
La Menor se adelantaba, y a los moncholos pasaba
y desde allá, a las risadas, cual majada los arreaba.
Los otros los atajaban a los gritos y chuzazos
¡si ya ni aliento tenían de tanto tirar lanzazo!
El mozo no erraba intento y las chicas, ya agotadas,
con el pescao a los tientos, no podían sacar nada.
Y al regresar a la raya de donde habían partido
una, casi se desmaya, la otra, perdió el sentido.
El mozo ya las soplaba, les sacudía las alas,
ya les indicó una planta de frutas que no eran malas.
Y ya volvieron a sí, se treparon a las moras
y pasó una larga hora antes de salir de allí.
La Mayora le explicaba que coma las más negritas
y La Menora engullía hasta las ramas tiernitas.
Y así entre puñaos de moras, entre cantos y risitas,
de volver llegó la hora al caer la tardecita.
Los pescados ensartaron en ciertas raíces largas
de unas acacias amargas que allá en la costa encontraron,
y los llevaban colgando, mientras, la cola meneando
ascendían las barrancas,con un bidón en las ancas
de agua, que se iban tomando.
Y llegaron a la casa, y contaron la aventura,
la carne se repartieron con regocijo y cordura.
“A mí dame aquella gorda”. “A mí, aquella más dorada”,
“Vos, tomá esta colorada, dejá de hacerte la sorda”.
Si un vecino se acercaba tan sólo por curiosear,
o, por asomo, pensaban que algo les iban a dar,
las avarientas mostraban tripa y escama, no más.
Tenían que escabechar y guardar para el invierno
cuando el pasto no es tan tierno y ya no hay qué morralear.
Ya acomodaron las redes y guardaron los arpones
y enfilaron muy contentas a dormir en los galpones.
Y d’esto han pasao los años. Ellas suelen recordar
como imágenes de antaño cuando fueron a pescar.
porque ya no hacían nada, las invitaron de pesca.
Les dijeron que en un río de aguas barrosas y turbias
en esas siestas de estío paseaban las carpas rubias,
y se podían pescar con suerte, usando las uñas.
Las muchachas afanosas ya se encendían de gozo
y preparaban las cosas dirigidas por un mozo,
que jugándoles a risa les contaba de otras veces
que había traído peces para todo el que precisa.
Y las sacó empaquetadas, río arriba, cual si nada,
la alpargata que llevaban les entró a juntar arena
y a pesarles, ¡hay! qué pena como si plomo acarrearan.
Y ahí las abandonaron junto a una triste playita
como mojones quedaron varadas las chancletitas.
Y ya empezaron a ver que se venían los peces
a chucearlas por los pieses, ¡Si parecían torpedos!
Y así entre saltos y risas ya tiraban la camisa
pues, el sol, la falta’e brisa y la hora poco indicada
les obligaba a soltar sudor en cada estocada.
Una llevaba una horquilla, la otra blandía una chuza,
y como un par de lechuzas caminaron una milla.
La Menor se adelantaba, y a los moncholos pasaba
y desde allá, a las risadas, cual majada los arreaba.
Los otros los atajaban a los gritos y chuzazos
¡si ya ni aliento tenían de tanto tirar lanzazo!
El mozo no erraba intento y las chicas, ya agotadas,
con el pescao a los tientos, no podían sacar nada.
Y al regresar a la raya de donde habían partido
una, casi se desmaya, la otra, perdió el sentido.
El mozo ya las soplaba, les sacudía las alas,
ya les indicó una planta de frutas que no eran malas.
Y ya volvieron a sí, se treparon a las moras
y pasó una larga hora antes de salir de allí.
La Mayora le explicaba que coma las más negritas
y La Menora engullía hasta las ramas tiernitas.
Y así entre puñaos de moras, entre cantos y risitas,
de volver llegó la hora al caer la tardecita.
Los pescados ensartaron en ciertas raíces largas
de unas acacias amargas que allá en la costa encontraron,
y los llevaban colgando, mientras, la cola meneando
ascendían las barrancas,con un bidón en las ancas
de agua, que se iban tomando.
Y llegaron a la casa, y contaron la aventura,
la carne se repartieron con regocijo y cordura.
“A mí dame aquella gorda”. “A mí, aquella más dorada”,
“Vos, tomá esta colorada, dejá de hacerte la sorda”.
Si un vecino se acercaba tan sólo por curiosear,
o, por asomo, pensaban que algo les iban a dar,
las avarientas mostraban tripa y escama, no más.
Tenían que escabechar y guardar para el invierno
cuando el pasto no es tan tierno y ya no hay qué morralear.
Ya acomodaron las redes y guardaron los arpones
y enfilaron muy contentas a dormir en los galpones.
Y d’esto han pasao los años. Ellas suelen recordar
como imágenes de antaño cuando fueron a pescar.
domingo, 27 de abril de 2008
PRESENTACIÓN
Éranse dos paisanitas hermanas de nacimiento,
juntas en todo momento como yunta’e tortolitas.
La una era La Mayora, retacona y petisita,
la otra, La Menorcita, altiva, flaca y cantora.
En su juventud estudiaron juiciosas y seriecitas
y después se diplomaron, abnegadas maestritas.
Ya las divisaba usted calzando una alpargatita,
y estampada pollerita, pelo recién destrenzao,
dirigirse en un momento como alma que lleva el viento
hacia un establecimiento porque el Consejo ha ordenao.
Las caritas llena’e risa, ojitos negros, rasgaos,
andar grácil y de prisa cual cervatillo espantao.
A veces contaban cuentos y otras veces recitaban,
de tarde en tarde payaban concertando algún encuentro.
Y al ocurrir ese evento, el paisanaje acudía
éstos, tortilla traían, aquellos cualquier invento
que les surgía al momento pa’acercarse a mosquetear.
Cuando no planificaban estaban improvisando,
de su memoria, arrancando esos versos que cantaban
mientras les iban brotando con sutil inspiración.
Ya las podía usted ver dirigirse en bicicleta
pa’reuniones atender ¡si parecían atletas!
Varias leguas cabalgaban en dos pingos redomones,
en ancas nadie llevaban, pues quedaban sin pulmones,
sin cámaras ni cubiertas, agotadas, terminadas,
con las aletas abiertas de la nariz resollaban.
La Mayora era casada dos gurisitos crió,
la menorcita, soltera por un tiempo se quedó.
Era la florcita’el pago quién no quería arrimarse,
con artimañas de mago a su palenque, a rascarse.
Y así he presentado ya a estas humildes criollitas,
de profesión maestritas, payadoras sin igual.
Haciendo dedo: doctoras, diligentes, bien mandadas,
hábiles compositoras, políticas afanadas,
que de tanto hacer historia y darse a la guitarreada,
creyeron recoger gloria y les salió esta pavada.
juntas en todo momento como yunta’e tortolitas.
La una era La Mayora, retacona y petisita,
la otra, La Menorcita, altiva, flaca y cantora.
En su juventud estudiaron juiciosas y seriecitas
y después se diplomaron, abnegadas maestritas.
Ya las divisaba usted calzando una alpargatita,
y estampada pollerita, pelo recién destrenzao,
dirigirse en un momento como alma que lleva el viento
hacia un establecimiento porque el Consejo ha ordenao.
Las caritas llena’e risa, ojitos negros, rasgaos,
andar grácil y de prisa cual cervatillo espantao.
A veces contaban cuentos y otras veces recitaban,
de tarde en tarde payaban concertando algún encuentro.
Y al ocurrir ese evento, el paisanaje acudía
éstos, tortilla traían, aquellos cualquier invento
que les surgía al momento pa’acercarse a mosquetear.
Cuando no planificaban estaban improvisando,
de su memoria, arrancando esos versos que cantaban
mientras les iban brotando con sutil inspiración.
Ya las podía usted ver dirigirse en bicicleta
pa’reuniones atender ¡si parecían atletas!
Varias leguas cabalgaban en dos pingos redomones,
en ancas nadie llevaban, pues quedaban sin pulmones,
sin cámaras ni cubiertas, agotadas, terminadas,
con las aletas abiertas de la nariz resollaban.
La Mayora era casada dos gurisitos crió,
la menorcita, soltera por un tiempo se quedó.
Era la florcita’el pago quién no quería arrimarse,
con artimañas de mago a su palenque, a rascarse.
Y así he presentado ya a estas humildes criollitas,
de profesión maestritas, payadoras sin igual.
Haciendo dedo: doctoras, diligentes, bien mandadas,
hábiles compositoras, políticas afanadas,
que de tanto hacer historia y darse a la guitarreada,
creyeron recoger gloria y les salió esta pavada.
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