martes, 13 de mayo de 2008

PAYANDO EN LA WEB

Cuando las dos paisanitas se instalaron en el chat
empezaron a pensar que con un blog ya creado
tendrían que publicar fotos con marco dorado.
En trenzarse los cabellos pensaron las dos hermanas
y con una damajuana inspirarse pa'escribir
ya sabían que a los versos se los debía subir.
Siempre humildes ellas fueron pero muy bien ataviadas
entre las dos convinieron retratarse de mañana
las caras recién lavadas, las simpas recién trenzadas.
Ya lavaron alpargatas y las blusas de satén
flores plásticas también para adornar la melena
pues no era cosa muy buena que el mundo las viera mal.
Porque esto de la Internet era una tranquera abierta
al mundo del exterior, ellas lo sabían bien,
y aunque eran de campo afuera, avispadas, no va a creer.
Se les abrió la cabeza del tal forma, viera usté
que tanto entraban por un chat, un E-mail o un mesenyer
y no hablaban con aquellos que no tengan propiedá
pues temían que el cerebro se les volviera a cerrar.
Sabían configurar desde un blog a un pps
fotos y archivos enviar desde América Latina
a lejanos continentes, de México a las fronteras,
a las tierras europeas o a las lejanas Coreas.
Comentaban que en la Web publicarían sus versos
y que en todo el universo se los podría leer:
ya un relato en Israel, otro en la antigua Turquía,
según pal lao que ese día ellas quisieran enviar.
Entonces era importante mostrar una buena estampa
y de ahora en adelante no debían olvidar
que una cámara constante las podría retratar.
Compraron las digitales, se instalaron la webcam,
hasta pusieron sonido para poder conversar.
De tarde o de madrugada estaban en la PC
tipeando versos sentidos que daban a conocer
a paisanos de otros mundos que sedientos del saber
de pobladores oriundos de esta América Latina
que como una gran espina en sus pechos se clavaba
cuando el gaucho les hablaba de sus costumbres matreras.
¡Qué historia la de esta era de la comunicación!
No recordaban siquiera cuando en ellas comenzó
esta ansia fuerte'e payar pal mundo globalizado
la mp3, la note book, la cámara digital,
ya no iban a ningún lado sin su set de improvisar.
Y pensar que haciendo dedo en un paraje lejano
con pluma y papel en mano empezaron a anotar
vivencias que compartían al salir de aquella escuela
y bajo esa pasarela anotaban su historial.
El paisanaje lindero las veía improvisar,
anotar, después tachar y desechar borradores,
aura son de las mejores en la máquina escribiendo
y tal como van surgiendo, el mundo las va leyendo.
No las verá titubear ante ninguna pregunta,
pues de a una o varias juntas, te han de responder muy bien
en menos que canta un gallo, en menos que un santiamén.
Porque ellas se actualizaron que siempre es bueno aprender
y sobre todo pa´ aquel que su vida ha dedicado
a rondar en el vergel de enseñar y de aprender.
Aquí yo voy a plantar esta payada espontánea
pues dentro e la palangana tengo ropa que doblar
los gurises acostar y sobar a mi marido.

Esta payada fue escrita de contrapunto y en el chat. Verán ustedes: La Menor en su casa con la notebook y La Mayor en su hogar, desde su PC. Sepan disculpar errores, pues es la improvisación virgen, espontánea y sin corrección alguna.

LA DE LAS CARPAS

Ocurrió que en una siesta, estando desocupadas
porque ya no hacían nada, las invitaron de pesca.
Les dijeron que en un río de aguas barrosas y turbias
en esas siestas de estío paseaban las carpas rubias,
y se podían pescar con suerte, usando las uñas.
Las muchachas afanosas ya se encendían de gozo
y preparaban las cosas dirigidas por un mozo,
que jugándoles a risa les contaba de otras veces
que había traído peces para todo el que precisa.
Y las sacó empaquetadas, río arriba, cual si nada,
la alpargata que llevaban les entró a juntar arena
y a pesarles, ¡hay! qué pena como si plomo acarrearan.
Y ahí las abandonaron junto a una triste playita
como mojones quedaron varadas las chancletitas.
Y ya empezaron a ver que se venían los peces
a chucearlas por los pieses, ¡Si parecían torpedos!
Y así entre saltos y risas ya tiraban la camisa
pues, el sol, la falta’e brisa y la hora poco indicada
les obligaba a soltar sudor en cada estocada.
Una llevaba una horquilla, la otra blandía una chuza,
y como un par de lechuzas caminaron una milla.
La Menor se adelantaba, y a los moncholos pasaba
y desde allá, a las risadas, cual majada los arreaba.
Los otros los atajaban a los gritos y chuzazos
¡si ya ni aliento tenían de tanto tirar lanzazo!
El mozo no erraba intento y las chicas, ya agotadas,
con el pescao a los tientos, no podían sacar nada.
Y al regresar a la raya de donde habían partido
una, casi se desmaya, la otra, perdió el sentido.
El mozo ya las soplaba, les sacudía las alas,
ya les indicó una planta de frutas que no eran malas.
Y ya volvieron a sí, se treparon a las moras
y pasó una larga hora antes de salir de allí.
La Mayora le explicaba que coma las más negritas
y La Menora engullía hasta las ramas tiernitas.
Y así entre puñaos de moras, entre cantos y risitas,
de volver llegó la hora al caer la tardecita.
Los pescados ensartaron en ciertas raíces largas
de unas acacias amargas que allá en la costa encontraron,
y los llevaban colgando, mientras, la cola meneando
ascendían las barrancas,con un bidón en las ancas
de agua, que se iban tomando.
Y llegaron a la casa, y contaron la aventura,
la carne se repartieron con regocijo y cordura.
“A mí dame aquella gorda”. “A mí, aquella más dorada”,
“Vos, tomá esta colorada, dejá de hacerte la sorda”.
Si un vecino se acercaba tan sólo por curiosear,
o, por asomo, pensaban que algo les iban a dar,
las avarientas mostraban tripa y escama, no más.
Tenían que escabechar y guardar para el invierno
cuando el pasto no es tan tierno y ya no hay qué morralear.
Ya acomodaron las redes y guardaron los arpones
y enfilaron muy contentas a dormir en los galpones.
Y d’esto han pasao los años. Ellas suelen recordar
como imágenes de antaño cuando fueron a pescar.