Era un invierno de agosto cuando el frío se hace cruel
y despedaza la piel si andás con trapos angostos.
La Mayora se enfermó de una gripe fulminante
caminaba vacilante y la fiebre la tumbó.
De pronto un frío corrió por su espalda, abrasador,
y luego un fuerte temblor las piernas le doblegó.
A la cama la tiró y, sin poderse mover
a un gurisito mandó que alguien la viniera a ver.
Acudió, como es de creer su hermanita La Menor
con andar conmovedor para poderla atender.
Encontróla medio muerta, boqueando sobre la almohada,
¡Era grande la cagada! Y, abriendo un poco la puerta
la moza se quedó al lado a cuidarla con fervor.
Ya llamaron al Doctor, le pusieron inyecciones,
y a todo esto La Menor se hacía las ilusiones
de verla pronto consigo encaramada a algún coche.
Le hubo de pasar la noche en medio de los quejidos.
La consumía la fiebre, no la dejaba dormir.
Dijo que se iba a morir igualito que una liebre
cuando le rajan de un tiro la frente o el triperío,
pues el mal que la acosaba era fuerte, no pavada.
No desesperes hermana- la calmaba La Menor-
No ha de pasarte lo peor mientras te cuide, en la cama.
Tu vida Dios ha’i salvar pues, aquí te necesita
noble, humilde maestrita que bien sabes enseñar.
Y fue así que al día siguiente cuando el sol se despuntó
de su catre ella saltó para lavarse los dientes.
De repente a La Menor el alma le volvió al cuerpo,
viendo como La Mayor recuperaba el aliento.
Y temprano, sin pereza para la escuela salieron
bien ataditas las trenzas paso a la ruta se abrieron.
Ya no quieren recordarlo a tan doloroso evento
pero había que anotarlo en el libro de los cuentos.
sábado, 31 de mayo de 2008
domingo, 25 de mayo de 2008
EL CHUPACABRAS
Las vacaciones de julio reunían a la familia
que olvidando sus estudios del sosiego disfrutaba
y de las cosas sencillas que la vida les brindaba.
Así una tarde cualquiera al caer de la oración
de la casa solariega disfrutaba La Mayor,
mientras sus hijos llegaban oyó esta conversación:
En unos campos al norte, río abajo por la orilla
una vaca de buen porte no muy lejos de la aguada
yace hace un tiempo sin vida parcialmente mutilada.
Ella no decía nada y en silencio cavilaba:
-Si llega mi esposo ahora he de invitarlo a observar-
y aunque fuera algo espantoso arribaría al lugar.
Bien tarde el hombre llegó al filo’ e la medianoche,
ella dijo:-Dejá el coche, los marcianos anduvieron-
Ya el suceso le contó y en un ratito partieron.
El rodado estacionaron cerquita de un alambrado
pronto los cuatro se apearon de una linterna munidos,
sólo oían sus latidos entrando por los sembrados.
El padre marchó a la diestra y el mozo por la siniestra,
por el medio iba El Furtivo, que así llamaban al niño,
y la madre de su mano, por miedo, no por cariño.
El pequeño se quejaba al sentir que le estrujaba
su mano que transpiraba; con fuerza se la oprimía.
Desparejo caminaba con gran falta de vaquía.
La noche era tenebrosa, muy cerrada la neblina,
la mujer, supersticiosa, cacareaba a lo gallina
imaginándose cosas y mil fieras asesinas.
Lento el andar, tropezaba, los demás se adelantaban;
si miraba cielo arriba sentía que la observaban,
si la marcha no apuraba quedaría a la deriva.
-Maldita sea la hora que organicé esta excursión,
quiero ir a mi casa ahora, sentarme junto al fogón,
sentir que no me está espiando ningún marciano fisgón-
Los otros rompiendo en risa la esperaban por piedad
y ella sentía en la brisa los hombres verdes pasar,
muy cerca de sus pisadas los oía caminar.
La niebla más se cerraba, era tétrico el lugar,
grandes bultos vio menear detrás de ella en todas partes:
-Que mi corazón aguante, que no se quiera infartar-
Viejos fantasmas pasaban rozándole los cabellos
ella sintió sus resuellos aunque no se pueda creer
y no se dejaban ver -diría que la gozaban-
Sabía que el Chupacabras allí había incursionado
quizá estaba agazapado detrás de un churqui cualquiera
con su mirada macabra, mitad hombre, mitad fiera.
Como su vista flaqueaba ella temía encontrarse
frente a frente con el bruto quizás de qué engendro fruto;
no quería imaginarse si en vilo éste la cargaba.
La mujer iba a los tumbos, de la vaca, ni noticias.
¿La habrá tragado la tierra? Tal vez perdieron el rumbo
o quién sabe qué tragedia vino en forma subrepticia…
Ya decidieron volver sobre sus pasos cansados
girando hacia el alambrado casi ella pierde el sentido
cuando al galope tendido una sombra la alcanzó.
Pudo verlo de soslayo galopando en gran tropel
giró casi en redondel y dio un feroz alarido
asustando a su marido que temió por un desmayo.
Más rápido que la luz sus hijos se le acercaron
y ya la tranquilizaron pues era sólo un ternero
que vagando en el potrero sacudía su testuz.
Con un extremado estrés ella cruzó el alambrado
que su hijo le hubo pisado, y así que en un dos por tres
se hubo al auto encaramado con notable rapidez.
-¡Mañana será otro día!-Suspiró más aliviada.
-Habrá que verificar el caso con mucha calma.
Cuando haya más claridad nos vendremos, no es por nada
sólo que a mí no me gusta andar esquivando bultos
ni sombras que se menean. Además traeré una fusta
y algunos paisanos cultos para que vean y crean.
Y así es que efectivamente al otro día temprano
con un juez y un escribano y buscando atentamente
al animal mutilado pronto hubieron encontrado.
Las orejas le faltaban. Sin los globos oculares
ni piel en los maxilares.Tampoco los genitales
ni los cascos ungulares estaban en sus lugares.
Chupacabras descartaron y descartaron marcianos;
de carroñeros hablaron, nada de imaginación:
a tirones arrancaba toda la lengua un ratón.
¡Singulares roedores que en equipo trabajaban!
las carretillas abrían, la vaca decía: -¡¡¡¡¡¡¡AAAHHH….!!!!!!!
mientras los otros roían con suma prolijidad.
Cándida (La Mayor)
que olvidando sus estudios del sosiego disfrutaba
y de las cosas sencillas que la vida les brindaba.
Así una tarde cualquiera al caer de la oración
de la casa solariega disfrutaba La Mayor,
mientras sus hijos llegaban oyó esta conversación:
En unos campos al norte, río abajo por la orilla
una vaca de buen porte no muy lejos de la aguada
yace hace un tiempo sin vida parcialmente mutilada.
Ella no decía nada y en silencio cavilaba:
-Si llega mi esposo ahora he de invitarlo a observar-
y aunque fuera algo espantoso arribaría al lugar.
Bien tarde el hombre llegó al filo’ e la medianoche,
ella dijo:-Dejá el coche, los marcianos anduvieron-
Ya el suceso le contó y en un ratito partieron.
El rodado estacionaron cerquita de un alambrado
pronto los cuatro se apearon de una linterna munidos,
sólo oían sus latidos entrando por los sembrados.
El padre marchó a la diestra y el mozo por la siniestra,
por el medio iba El Furtivo, que así llamaban al niño,
y la madre de su mano, por miedo, no por cariño.
El pequeño se quejaba al sentir que le estrujaba
su mano que transpiraba; con fuerza se la oprimía.
Desparejo caminaba con gran falta de vaquía.
La noche era tenebrosa, muy cerrada la neblina,
la mujer, supersticiosa, cacareaba a lo gallina
imaginándose cosas y mil fieras asesinas.
Lento el andar, tropezaba, los demás se adelantaban;
si miraba cielo arriba sentía que la observaban,
si la marcha no apuraba quedaría a la deriva.
-Maldita sea la hora que organicé esta excursión,
quiero ir a mi casa ahora, sentarme junto al fogón,
sentir que no me está espiando ningún marciano fisgón-
Los otros rompiendo en risa la esperaban por piedad
y ella sentía en la brisa los hombres verdes pasar,
muy cerca de sus pisadas los oía caminar.
La niebla más se cerraba, era tétrico el lugar,
grandes bultos vio menear detrás de ella en todas partes:
-Que mi corazón aguante, que no se quiera infartar-
Viejos fantasmas pasaban rozándole los cabellos
ella sintió sus resuellos aunque no se pueda creer
y no se dejaban ver -diría que la gozaban-
Sabía que el Chupacabras allí había incursionado
quizá estaba agazapado detrás de un churqui cualquiera
con su mirada macabra, mitad hombre, mitad fiera.
Como su vista flaqueaba ella temía encontrarse
frente a frente con el bruto quizás de qué engendro fruto;
no quería imaginarse si en vilo éste la cargaba.
La mujer iba a los tumbos, de la vaca, ni noticias.
¿La habrá tragado la tierra? Tal vez perdieron el rumbo
o quién sabe qué tragedia vino en forma subrepticia…
Ya decidieron volver sobre sus pasos cansados
girando hacia el alambrado casi ella pierde el sentido
cuando al galope tendido una sombra la alcanzó.
Pudo verlo de soslayo galopando en gran tropel
giró casi en redondel y dio un feroz alarido
asustando a su marido que temió por un desmayo.
Más rápido que la luz sus hijos se le acercaron
y ya la tranquilizaron pues era sólo un ternero
que vagando en el potrero sacudía su testuz.
Con un extremado estrés ella cruzó el alambrado
que su hijo le hubo pisado, y así que en un dos por tres
se hubo al auto encaramado con notable rapidez.
-¡Mañana será otro día!-Suspiró más aliviada.
-Habrá que verificar el caso con mucha calma.
Cuando haya más claridad nos vendremos, no es por nada
sólo que a mí no me gusta andar esquivando bultos
ni sombras que se menean. Además traeré una fusta
y algunos paisanos cultos para que vean y crean.
Y así es que efectivamente al otro día temprano
con un juez y un escribano y buscando atentamente
al animal mutilado pronto hubieron encontrado.
Las orejas le faltaban. Sin los globos oculares
ni piel en los maxilares.Tampoco los genitales
ni los cascos ungulares estaban en sus lugares.
Chupacabras descartaron y descartaron marcianos;
de carroñeros hablaron, nada de imaginación:
a tirones arrancaba toda la lengua un ratón.
¡Singulares roedores que en equipo trabajaban!
las carretillas abrían, la vaca decía: -¡¡¡¡¡¡¡AAAHHH….!!!!!!!
mientras los otros roían con suma prolijidad.
Cándida (La Mayor)
UN SUEÑO
La Mayor ya maliciaba que debiera jubilarse,
de antemano retirarse, ya de nadie depender,
pues, amaba la docencia más le urgía componer.
Y con tanta obligación sentía su alma pialada
en un palenque amarrada, cercada por un corral,
ya un receso no era nada, quería algo más formal.
Soñaba con relatar cada día una aventura,
y para poder narrar necesitaba soltura,
obsequiarse libertad, ya era persona madura.
Es que todo ese trajín la estresaba y la oprimía,
esa vida le exigía una actividad sin fin,
y a veces ella sentía un hondo afán de escribir.
Sin embargo una utopía, como un sueño inalcanzable
esa idea se le hacía , y ella no encontraba el cable
que pudiera conectar la realidad con su anhelo.
Aunque es bien cierto que el alma solita puede volar
hay que abrirle la tranquera para dejarla vagar
por los caminos inciertos, y eso no es fácil lograr.
Necesitaba tener computadora en la sala
conectada al Internet para escribir las memorias
que solía recordar, que constituían historias,
y otro espacio pa’ extender holgadamente sus alas.
Lucharía sin denuedo pa’ adquirir el artefacto,
que tuviera una impresora y complejos aparatos
para enhebrar los relatos que ella sabía escribir,
tal era su franco anhelo y lo pensaba cumplir.
de antemano retirarse, ya de nadie depender,
pues, amaba la docencia más le urgía componer.
Y con tanta obligación sentía su alma pialada
en un palenque amarrada, cercada por un corral,
ya un receso no era nada, quería algo más formal.
Soñaba con relatar cada día una aventura,
y para poder narrar necesitaba soltura,
obsequiarse libertad, ya era persona madura.
Es que todo ese trajín la estresaba y la oprimía,
esa vida le exigía una actividad sin fin,
y a veces ella sentía un hondo afán de escribir.
Sin embargo una utopía, como un sueño inalcanzable
esa idea se le hacía , y ella no encontraba el cable
que pudiera conectar la realidad con su anhelo.
Aunque es bien cierto que el alma solita puede volar
hay que abrirle la tranquera para dejarla vagar
por los caminos inciertos, y eso no es fácil lograr.
Necesitaba tener computadora en la sala
conectada al Internet para escribir las memorias
que solía recordar, que constituían historias,
y otro espacio pa’ extender holgadamente sus alas.
Lucharía sin denuedo pa’ adquirir el artefacto,
que tuviera una impresora y complejos aparatos
para enhebrar los relatos que ella sabía escribir,
tal era su franco anhelo y lo pensaba cumplir.
viernes, 23 de mayo de 2008
miércoles, 21 de mayo de 2008
LA DEL BAJO EN BICICLETA
Cierto día para El Bajo* decidieron enfilar
tomaron por un atajo y entraron a pedalear.
Bici de hombre una montaba: rodado grande y piñón,
“mini” La Menor viajaba poniendo fuerza y tesón.
tomaron por un atajo y entraron a pedalear.
Bici de hombre una montaba: rodado grande y piñón,
“mini” La Menor viajaba poniendo fuerza y tesón.
Avanzaban por la cancha entre sombras de eucaliptos
después tomaron calle ancha sin ver ningún arbolito.
Y ya al balneario llegaron contentas y resoplando,
de sus bicis desmontaron ya riendo, ya cantando.
Olfatearon el ambiente dando un vistazo a la playa:
el agua estaba caliente ni falta harían las toallas.
Y al poner el pie en la arena La Mayor algo propuso:
traer las bicis a la costa para cuidarlas, repuso.
La Menor, obedeciendo su mini se echó a un costao:
-Ya ha viajado demasiao mi bici- le iba diciendo.
La Mayor, más atinada, una pata revoleó,
y que iría enhorquetada en la bici, ella anunció.
Y tomó el embarcadero mirando pa’ cualquier lao
como en medio de un potrero cuando se junta el ganao.
No debía pedalear, la bajada la llevaba,
¿para qué se iba a cansar? Y las patas levantaba.
Y entró a bajar esa cuesta como quirquincho enroscao
que cayera de una cresta porque alguno lo ha empujao.
La bici se desbocó y para colmo de males,
ella perdió los pedales al primer salto que dio.
Nunca había usado frenos y con los pies no llegaba
a rozar siquiera el suelo cuando la ocasión mandaba.
En los próximos segundos, que le diré, no eran cortos,
en aquel paisaje absorto pensó que acababa el mundo.
Las cortadas despegaron el nalgaje del asiento,
los fierros la castigaron y allí comenzó el tormento:
era como machacar la carne con un mortero
aquel firme martillar del caño contra el trasero.
En el suelo la alpargata buscaba clavar con saña,
pero aquella cabalgata no dejaba emplear su maña.
La Menora se reía cuando empezó a imaginarse
que La Mayor entraría en bicicleta a bañarse.
Imposible manejar ese pingo desbocao
¿Y si la enfilaba al mar? Eso sería un pecao;
después tomaron calle ancha sin ver ningún arbolito.
Y ya al balneario llegaron contentas y resoplando,
de sus bicis desmontaron ya riendo, ya cantando.
Olfatearon el ambiente dando un vistazo a la playa:
el agua estaba caliente ni falta harían las toallas.
Y al poner el pie en la arena La Mayor algo propuso:
traer las bicis a la costa para cuidarlas, repuso.
La Menor, obedeciendo su mini se echó a un costao:
-Ya ha viajado demasiao mi bici- le iba diciendo.
La Mayor, más atinada, una pata revoleó,
y que iría enhorquetada en la bici, ella anunció.
Y tomó el embarcadero mirando pa’ cualquier lao
como en medio de un potrero cuando se junta el ganao.
No debía pedalear, la bajada la llevaba,
¿para qué se iba a cansar? Y las patas levantaba.
Y entró a bajar esa cuesta como quirquincho enroscao
que cayera de una cresta porque alguno lo ha empujao.
La bici se desbocó y para colmo de males,
ella perdió los pedales al primer salto que dio.
Nunca había usado frenos y con los pies no llegaba
a rozar siquiera el suelo cuando la ocasión mandaba.
En los próximos segundos, que le diré, no eran cortos,
en aquel paisaje absorto pensó que acababa el mundo.
Las cortadas despegaron el nalgaje del asiento,
los fierros la castigaron y allí comenzó el tormento:
era como machacar la carne con un mortero
aquel firme martillar del caño contra el trasero.
En el suelo la alpargata buscaba clavar con saña,
pero aquella cabalgata no dejaba emplear su maña.
La Menora se reía cuando empezó a imaginarse
que La Mayor entraría en bicicleta a bañarse.
Imposible manejar ese pingo desbocao
¿Y si la enfilaba al mar? Eso sería un pecao;
pues en la costa hay espinas y de pronto,-cavilaba-
si ella pedaleaba encima, la goma se desollaba.
¿Y si tuviera ocasión de doblar a la derecha?...
pero un fuerte sacudón me la sacó de la brecha.
Entonces con decisión pensó sola en un segundo:
-Aunque aquí se parta el mundo debo hallar la solución.
Apretó fuerte los dientes, los ojos también cerró,
se escuchó un grito estridente y de un salto aterrizó.
si ella pedaleaba encima, la goma se desollaba.
¿Y si tuviera ocasión de doblar a la derecha?...
pero un fuerte sacudón me la sacó de la brecha.
Entonces con decisión pensó sola en un segundo:
-Aunque aquí se parta el mundo debo hallar la solución.
Apretó fuerte los dientes, los ojos también cerró,
se escuchó un grito estridente y de un salto aterrizó.
La bici guastó aun costao y dijo: -¡Que se reviente!-
Con el cuerpo magullao recién aflojó los dientes.
Giró su rostro hacia atrás y la encaró a La Menor
con su risita a pesar de aquel golpe y del dolor.
Y dijo como cansada de tanto padecimiento:
-"Para una nueva payada aquí tengo el argumento"-.
Con el cuerpo magullao recién aflojó los dientes.
Giró su rostro hacia atrás y la encaró a La Menor
con su risita a pesar de aquel golpe y del dolor.
Y dijo como cansada de tanto padecimiento:
-"Para una nueva payada aquí tengo el argumento"-.
*El Bajo:
Nombre primitivo y popular de la actual Laguna del Plata, balneario situado a pocos kilómetros de la localidad de Marull, Córdoba, Argentina.
martes, 13 de mayo de 2008
PAYANDO EN LA WEB
Cuando las dos paisanitas se instalaron en el chat
empezaron a pensar que con un blog ya creado
tendrían que publicar fotos con marco dorado.
En trenzarse los cabellos pensaron las dos hermanas
y con una damajuana inspirarse pa'escribir
ya sabían que a los versos se los debía subir.
Siempre humildes ellas fueron pero muy bien ataviadas
entre las dos convinieron retratarse de mañana
las caras recién lavadas, las simpas recién trenzadas.
Ya lavaron alpargatas y las blusas de satén
flores plásticas también para adornar la melena
pues no era cosa muy buena que el mundo las viera mal.
Porque esto de la Internet era una tranquera abierta
al mundo del exterior, ellas lo sabían bien,
y aunque eran de campo afuera, avispadas, no va a creer.
Se les abrió la cabeza del tal forma, viera usté
que tanto entraban por un chat, un E-mail o un mesenyer
y no hablaban con aquellos que no tengan propiedá
pues temían que el cerebro se les volviera a cerrar.
Sabían configurar desde un blog a un pps
fotos y archivos enviar desde América Latina
a lejanos continentes, de México a las fronteras,
a las tierras europeas o a las lejanas Coreas.
Comentaban que en la Web publicarían sus versos
y que en todo el universo se los podría leer:
ya un relato en Israel, otro en la antigua Turquía,
según pal lao que ese día ellas quisieran enviar.
Entonces era importante mostrar una buena estampa
y de ahora en adelante no debían olvidar
que una cámara constante las podría retratar.
Compraron las digitales, se instalaron la webcam,
hasta pusieron sonido para poder conversar.
De tarde o de madrugada estaban en la PC
tipeando versos sentidos que daban a conocer
a paisanos de otros mundos que sedientos del saber
de pobladores oriundos de esta América Latina
que como una gran espina en sus pechos se clavaba
cuando el gaucho les hablaba de sus costumbres matreras.
¡Qué historia la de esta era de la comunicación!
No recordaban siquiera cuando en ellas comenzó
esta ansia fuerte'e payar pal mundo globalizado
la mp3, la note book, la cámara digital,
ya no iban a ningún lado sin su set de improvisar.
Y pensar que haciendo dedo en un paraje lejano
con pluma y papel en mano empezaron a anotar
vivencias que compartían al salir de aquella escuela
y bajo esa pasarela anotaban su historial.
El paisanaje lindero las veía improvisar,
anotar, después tachar y desechar borradores,
aura son de las mejores en la máquina escribiendo
y tal como van surgiendo, el mundo las va leyendo.
No las verá titubear ante ninguna pregunta,
pues de a una o varias juntas, te han de responder muy bien
en menos que canta un gallo, en menos que un santiamén.
Porque ellas se actualizaron que siempre es bueno aprender
y sobre todo pa´ aquel que su vida ha dedicado
a rondar en el vergel de enseñar y de aprender.
Aquí yo voy a plantar esta payada espontánea
pues dentro e la palangana tengo ropa que doblar
los gurises acostar y sobar a mi marido.
Esta payada fue escrita de contrapunto y en el chat. Verán ustedes: La Menor en su casa con la notebook y La Mayor en su hogar, desde su PC. Sepan disculpar errores, pues es la improvisación virgen, espontánea y sin corrección alguna.
empezaron a pensar que con un blog ya creado
tendrían que publicar fotos con marco dorado.
En trenzarse los cabellos pensaron las dos hermanas
y con una damajuana inspirarse pa'escribir
ya sabían que a los versos se los debía subir.
Siempre humildes ellas fueron pero muy bien ataviadas
entre las dos convinieron retratarse de mañana
las caras recién lavadas, las simpas recién trenzadas.
Ya lavaron alpargatas y las blusas de satén
flores plásticas también para adornar la melena
pues no era cosa muy buena que el mundo las viera mal.
Porque esto de la Internet era una tranquera abierta
al mundo del exterior, ellas lo sabían bien,
y aunque eran de campo afuera, avispadas, no va a creer.
Se les abrió la cabeza del tal forma, viera usté
que tanto entraban por un chat, un E-mail o un mesenyer
y no hablaban con aquellos que no tengan propiedá
pues temían que el cerebro se les volviera a cerrar.
Sabían configurar desde un blog a un pps
fotos y archivos enviar desde América Latina
a lejanos continentes, de México a las fronteras,
a las tierras europeas o a las lejanas Coreas.
Comentaban que en la Web publicarían sus versos
y que en todo el universo se los podría leer:
ya un relato en Israel, otro en la antigua Turquía,
según pal lao que ese día ellas quisieran enviar.
Entonces era importante mostrar una buena estampa
y de ahora en adelante no debían olvidar
que una cámara constante las podría retratar.
Compraron las digitales, se instalaron la webcam,
hasta pusieron sonido para poder conversar.
De tarde o de madrugada estaban en la PC
tipeando versos sentidos que daban a conocer
a paisanos de otros mundos que sedientos del saber
de pobladores oriundos de esta América Latina
que como una gran espina en sus pechos se clavaba
cuando el gaucho les hablaba de sus costumbres matreras.
¡Qué historia la de esta era de la comunicación!
No recordaban siquiera cuando en ellas comenzó
esta ansia fuerte'e payar pal mundo globalizado
la mp3, la note book, la cámara digital,
ya no iban a ningún lado sin su set de improvisar.
Y pensar que haciendo dedo en un paraje lejano
con pluma y papel en mano empezaron a anotar
vivencias que compartían al salir de aquella escuela
y bajo esa pasarela anotaban su historial.
El paisanaje lindero las veía improvisar,
anotar, después tachar y desechar borradores,
aura son de las mejores en la máquina escribiendo
y tal como van surgiendo, el mundo las va leyendo.
No las verá titubear ante ninguna pregunta,
pues de a una o varias juntas, te han de responder muy bien
en menos que canta un gallo, en menos que un santiamén.
Porque ellas se actualizaron que siempre es bueno aprender
y sobre todo pa´ aquel que su vida ha dedicado
a rondar en el vergel de enseñar y de aprender.
Aquí yo voy a plantar esta payada espontánea
pues dentro e la palangana tengo ropa que doblar
los gurises acostar y sobar a mi marido.
Esta payada fue escrita de contrapunto y en el chat. Verán ustedes: La Menor en su casa con la notebook y La Mayor en su hogar, desde su PC. Sepan disculpar errores, pues es la improvisación virgen, espontánea y sin corrección alguna.
LA DE LAS CARPAS
Ocurrió que en una siesta, estando desocupadas
porque ya no hacían nada, las invitaron de pesca.
Les dijeron que en un río de aguas barrosas y turbias
en esas siestas de estío paseaban las carpas rubias,
y se podían pescar con suerte, usando las uñas.
Las muchachas afanosas ya se encendían de gozo
y preparaban las cosas dirigidas por un mozo,
que jugándoles a risa les contaba de otras veces
que había traído peces para todo el que precisa.
Y las sacó empaquetadas, río arriba, cual si nada,
la alpargata que llevaban les entró a juntar arena
y a pesarles, ¡hay! qué pena como si plomo acarrearan.
Y ahí las abandonaron junto a una triste playita
como mojones quedaron varadas las chancletitas.
Y ya empezaron a ver que se venían los peces
a chucearlas por los pieses, ¡Si parecían torpedos!
Y así entre saltos y risas ya tiraban la camisa
pues, el sol, la falta’e brisa y la hora poco indicada
les obligaba a soltar sudor en cada estocada.
Una llevaba una horquilla, la otra blandía una chuza,
y como un par de lechuzas caminaron una milla.
La Menor se adelantaba, y a los moncholos pasaba
y desde allá, a las risadas, cual majada los arreaba.
Los otros los atajaban a los gritos y chuzazos
¡si ya ni aliento tenían de tanto tirar lanzazo!
El mozo no erraba intento y las chicas, ya agotadas,
con el pescao a los tientos, no podían sacar nada.
Y al regresar a la raya de donde habían partido
una, casi se desmaya, la otra, perdió el sentido.
El mozo ya las soplaba, les sacudía las alas,
ya les indicó una planta de frutas que no eran malas.
Y ya volvieron a sí, se treparon a las moras
y pasó una larga hora antes de salir de allí.
La Mayora le explicaba que coma las más negritas
y La Menora engullía hasta las ramas tiernitas.
Y así entre puñaos de moras, entre cantos y risitas,
de volver llegó la hora al caer la tardecita.
Los pescados ensartaron en ciertas raíces largas
de unas acacias amargas que allá en la costa encontraron,
y los llevaban colgando, mientras, la cola meneando
ascendían las barrancas,con un bidón en las ancas
de agua, que se iban tomando.
Y llegaron a la casa, y contaron la aventura,
la carne se repartieron con regocijo y cordura.
“A mí dame aquella gorda”. “A mí, aquella más dorada”,
“Vos, tomá esta colorada, dejá de hacerte la sorda”.
Si un vecino se acercaba tan sólo por curiosear,
o, por asomo, pensaban que algo les iban a dar,
las avarientas mostraban tripa y escama, no más.
Tenían que escabechar y guardar para el invierno
cuando el pasto no es tan tierno y ya no hay qué morralear.
Ya acomodaron las redes y guardaron los arpones
y enfilaron muy contentas a dormir en los galpones.
Y d’esto han pasao los años. Ellas suelen recordar
como imágenes de antaño cuando fueron a pescar.
porque ya no hacían nada, las invitaron de pesca.
Les dijeron que en un río de aguas barrosas y turbias
en esas siestas de estío paseaban las carpas rubias,
y se podían pescar con suerte, usando las uñas.
Las muchachas afanosas ya se encendían de gozo
y preparaban las cosas dirigidas por un mozo,
que jugándoles a risa les contaba de otras veces
que había traído peces para todo el que precisa.
Y las sacó empaquetadas, río arriba, cual si nada,
la alpargata que llevaban les entró a juntar arena
y a pesarles, ¡hay! qué pena como si plomo acarrearan.
Y ahí las abandonaron junto a una triste playita
como mojones quedaron varadas las chancletitas.
Y ya empezaron a ver que se venían los peces
a chucearlas por los pieses, ¡Si parecían torpedos!
Y así entre saltos y risas ya tiraban la camisa
pues, el sol, la falta’e brisa y la hora poco indicada
les obligaba a soltar sudor en cada estocada.
Una llevaba una horquilla, la otra blandía una chuza,
y como un par de lechuzas caminaron una milla.
La Menor se adelantaba, y a los moncholos pasaba
y desde allá, a las risadas, cual majada los arreaba.
Los otros los atajaban a los gritos y chuzazos
¡si ya ni aliento tenían de tanto tirar lanzazo!
El mozo no erraba intento y las chicas, ya agotadas,
con el pescao a los tientos, no podían sacar nada.
Y al regresar a la raya de donde habían partido
una, casi se desmaya, la otra, perdió el sentido.
El mozo ya las soplaba, les sacudía las alas,
ya les indicó una planta de frutas que no eran malas.
Y ya volvieron a sí, se treparon a las moras
y pasó una larga hora antes de salir de allí.
La Mayora le explicaba que coma las más negritas
y La Menora engullía hasta las ramas tiernitas.
Y así entre puñaos de moras, entre cantos y risitas,
de volver llegó la hora al caer la tardecita.
Los pescados ensartaron en ciertas raíces largas
de unas acacias amargas que allá en la costa encontraron,
y los llevaban colgando, mientras, la cola meneando
ascendían las barrancas,con un bidón en las ancas
de agua, que se iban tomando.
Y llegaron a la casa, y contaron la aventura,
la carne se repartieron con regocijo y cordura.
“A mí dame aquella gorda”. “A mí, aquella más dorada”,
“Vos, tomá esta colorada, dejá de hacerte la sorda”.
Si un vecino se acercaba tan sólo por curiosear,
o, por asomo, pensaban que algo les iban a dar,
las avarientas mostraban tripa y escama, no más.
Tenían que escabechar y guardar para el invierno
cuando el pasto no es tan tierno y ya no hay qué morralear.
Ya acomodaron las redes y guardaron los arpones
y enfilaron muy contentas a dormir en los galpones.
Y d’esto han pasao los años. Ellas suelen recordar
como imágenes de antaño cuando fueron a pescar.
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