lunes, 20 de abril de 2009

LA DE LA MOTO


Dibujo de Titino Morzone
Documento de archivo - Reliquia histórica- 1991
Homenaje a la querida colega Alicia C. Martín.



XXVII

El verano se acababa y con él la vacación,
la jarana terminaba, llegaba la obligación.
Es por todos conocida d'estas niñas la labor:
enseñar los contenidos en la escuela con amor.
Empezaban tiempos duros para estas dos hermanitas,
viajar mientras era oscuro, y gastar muy mucha guita.
Pero a todo lo tomaban con un excelente humor,
entusiasta una pensaba comprarse un ciclomotor.
Vos sabés, hermana mía!...-le comentó a La Menor
en un tono de alegría y de gran satisfacción-
Por mi mente anda rondando la idea –que no es de un loco-
ya me estoy averiguando cuánto me sale una moto.
Visitó varios parajes averiguando el valor
de algo seguro en rodaje y en buen estado el motor.
Habló con varios vecinos que muchos consejos dieron,
que tal vez era un peligro, o que era cara dijeron.
Si por ripiado iba a andar, los autos levantan piedras
que en la sien podrían dar y es probable que muriera.
Pero en un pueblo cercano su marido consiguió
en precio y en buen estado lo que ella tanto buscó.
La miel en grandes tambores para esta ocasión vendió
comerció con los mejores compradores que encontró.
El mecánico -les cuento- era hombre medio lerdón,
hubo que hacer vericuetos y pegarle un apurón.
Pero finalmente el tipo y luego de mucho hablar
le fue armando el motorcito y al cabo la hizo arrancar.
Enseguida la cargaron y le pagaron la cuenta
con relámpagos llegaron y la moza muy contenta.
Y al otro día cuando ella de la escuelita volvió
puso pie en la moto aquella y en seguida la pateó.
La saludaba la gente y a ella vergüenza le daba
en esa moto potente hasta la espalda sudaba.
El viaje de ida y vuelta arregló con sus colegas:
la llevan hasta una puerta y a su escuela en moto llega.
Pero tuvo que cambiar de sus accesorios uno,
el maletín no iba a andar, en moto se iba a hacer humo.
Entonces se fue a un bazar y una mochila compró,
-y no la eligió al azar, buen material exigió-.
Y así con todo esto esto nuevo salió a la escuela contenta
viajando con gran denuedo y con la mirada atenta.




XXVIII-

Desde entonces La Mayor como narráramos antes,
cambió aquel caballo flor por una moto picante.
Y en vehículo'e dos ruedas con un bramido estridente,
se apersonaba en la escuela y se anotaba el presente.
Sola algún tiempo viajó hasta que halló acompañante,
otra niña contrató, no pa’ que fuera al volante,
sino pa’ cargarla en ancas portando aquella mochila
-¡Qué lindo par de potrancas pa’arrear oveja en la esquila!-
Otro tema no tocaban que no fuera la docencia,
y si ocasión lo abordaban, ¡Viera usté con qué prudencia!
Cuando las seis se apilaban en el coche'e pasajeros,
de continuo se quejaba, lo mesmo que un sonajero.
Cada día que empezaba les traía una sorpresa,
algo que ellas ni esperaban cuando iniciaron la empresa.
Empantanadas quedaban a veces en los caminos,
pero nunca se asustaban, actuaban con mucho tino.
En ocasiones los coches se quedaban descompuestos,
nadita de hacer reproches: ellas buscaban repuesto.
Entendían de motores lo mesmo que de enseñar,
de camión hasta tractores sabían compaginar.
Un rosario de aventuras ellas podrían armar,
más hoy, por esta premura, una sola han de narrar.
Era un día lloviznoso, no sabían si arrancar,
le preguntaron a un mozo si el tiempo iba a mejorar.
Aliento nadie les daba, y decidieron partir,
si acaso desmejoraba tendrían que desistir.
Llegaron al apeadero y se bajaron del coche,
cada cual por su sendero como hormigas en la noche.
Las de la moto enfilaron muy serias pa’ los galpones,
gorro, antiparras abrieron y apretaron los talones.
El viento en contra tenían, se les helaba el garrón,
ya las nubes se venían anunciando el chaparrón.
Pero a la escuela llegaron haciendo cruces y ganchos,
a la cocina enfilaron como a la batea el chancho.
Despacharon el trabajo a los alumnos del aula,
cuando alguien noticias trajo que se descolgaba el agua.
Manotearon las maletas, despidieron al menor
cual Negrazón y Claveta arrancaron el motor.
Y ya la huella acertaron como hábil equilibrista,
y la tensión aflojaron, ya se creían artistas.
Cuando el pingo traicionero se les puso a bellaquear
gritaban hasta los teros viendo lo que iba a pasar.
-¡No abrás las piernas, te digo!- le gritaba la de atrás,
que se perdés el estribo nos vamos a reventar.
La otra le sacó las marchas y lo chistaba al bagual,
pero aunque la calle era ancha no lo pudo sujetar.
Y como en cámara lenta la pampa las vio caer,
el cielo les daba vueltas, no había nada que hacer.
Bolsos y gorro volaron en medio de aquel tropel,
los pelos se le enredaron patinando en redondel.
De reírse no paraban, pues, sin ir a la capilla,
de pronto las dos estaban hincaditas de rodilla.
De dos brincos se pararon por temor a que las vieran,
el dolor disimularon pa’ que no se les rieran.
Acto después se miraron revolcadas en el barro,
taban sanas -comprobaron- ya enderezaron el carro.
Y mientras que lo llevaban una de cada costao
cada tanto resbalaban, parecían dos mamao.
-No la empujés pa’ mi lao- le decía la del anca;
este bicho es muy pesao y se tira a la retranca.
-Y llevate las maletas, haceme la caridad,
ya cortala con tus tretas, ¿o me querés liquidar?
Después que retrocedieron y guardaron el rodao,
mensajes por radio dieron, ordenaron el recao.
Se treparon a un camión, hicieron una distancia,
se les salió el corazón al ver aquella ambulancia.
Volvieron con un dotor nada menos que en un Sierra,
se olvidaron del ardor y de aquella suerte perra.
Supieron que de las otras la suerte no fue mejor,
casi pierden las ojotas en un postrer estertor.
Pues dos pantanos vadearon empujando por atrás,
las caderas se ladearon, vieron su aliento acabar.
Porque aquella camioneta que las venía a auxiliar,
también se fue a la cuneta, ¡Qué forma de diluviar!
El mozo que se las daba de baqueano en el barrial,
-¡Yo abriré huellas!- gritaba, ustedes sigan detrás.
Pero igual suerte corrió que las moza’e mi relato,
¡canchero!, no se bajó, pa’l agua era como el gato.
Para salir del pantano el motor aceleraba,
pero se le iba la mano y en barro me las tapaba.
Después, por fin arribaron como ovejas al redil,
los cuerpos se calentaron y se echaron a dormir.
Y aquí acaba esta aventura de las docentes viajeras,
como ven, es vida dura, ¡No es oficio pa’ cualquiera!